Cuando los españoles
fundaron la Ciudad de los Reyes (hoy Lima) en enero de 1535 en el valle del
Rímac, lo hicieron a menos de un kilómetro del oráculo que daba nombre al
valle. A mediados del siglo XVI el oráculo fue destruido, construyéndose en su
lugar una iglesia que se levantó en advocación a Santa Ana y posteriormente
otras como Mercedarias, Descalzas, Buena Muerte, Trinitarias, Cocharcas, etc.,
que terminaron siendo parte indesligable de la personalidad de los Barrios
Altos.
Desde el siglo XVII, empezó
a ser una zona muy poblada debido a que por las portadas de Maravillas,
Barbones y Cocharcas transitaban todos los que se dirigían al centro o al sur
del Virreinato peruano. La provisión de alimentos que necesitaba Lima tuvo que
pasar necesariamente por los Barrios Altos. Asimismo, luego de la
Independencia, a lo largo del siglo XIX, los ejércitos para develar
levantamientos, motines o revoluciones que estallaban al sur del país, debieron
ser vistos por sus moradores; a su vez, las carrozas fúnebres con destino al
cementerio Presbítero Maestro pasaban por sus calles; esto sin mencionar a los
toros de lidia, que venían desde las haciendas del sur, pasaron por los Barrios
Altos.
A principios del siglo XX,
comprendía entre el jirón Huanta, la calle Conchucos, la Portada de Martinete y
la calle Junín. Las casas eran principalmente de adobe y solo la mitad tenía
servicios de agua y desagüe; era también una zona muy tugurizada, pues
albergaba 50 habitantes por casa de vecindad. Un informe de la Municipalidad de
Lima (1908) decía que su población era predominantemente mestiza y sus barrios
mostraban altos índices de mortalidad, tuberculosis, fiebre tifoidea, así como
un uno de los mayores niveles de densidad por vecindades y callejones. Con
parte de su fortuna, Óscar Heeren construyó el gran condominio que luego sería
considerada como uno de los lugares más hermosos y apacibles de la Lima de
antaño: La “Quinta Heeren”. Este conjunto residencial de la época, de estilo
austro-húngaro, es una muestra de cómo los Barrios Altos, en esos años en la
“periferia” de Lima, era un lugar de gran proyección urbanística y
arquitectónica.
Los callejones fueron un tipo de vivienda popular que se multiplicó en Lima desde los tiempos virreinales (las quintas vendrían después, a finales del XIX). Eran construcciones de adobe, si tenían un piso; y de adobe con quincha, los que eran de dos pisos. Sus corredores eran de tierra apisonada al igual que la mayor parte del piso del interior de las viviendas. Con el tiempo, la gente, a medida de sus posibilidades, empezó a poner madera y hasta ladrillos pasteleros al piso interior de sus habitaciones, pero los corredores seguían siendo de tierra apisonada. Sus habitantes eran en su mayoría obreros y artesanos; también estaban los de oficio desconocido o inestable, como bailarines, cantantes o pregoneros, como recuerda Ricardo Palma. Algunos callejones eran tan grandes que, a simple vista, mirando desde la calle, uno veía solamente el portón de entrada pero, en su interior, había casi otro barrio o ciudad pequeña dentro del callejón
Fuente Lima
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