martes, 12 de enero de 2016

Como Viracocha les enseñó





La noche ahora está oscura, es de color azul como el misterioso manto que la envuelve y que es tan inmenso como el silencio que reina alrededor y aunque no está la luna de otros días, ahora solamente escucho que mi corazón se eleva y canta, entonces, dormida como te imagino, yo te escribo. En las alturas de las breñas, el aire frío invade mis pensamientos, hiela mis deseos que no dejan de pensar en ti ¿Qué harás en las tormentas que me impiden verte? ¿La distancia usa a la niebla que en estos momentos nos separa? No lo he sabido todavía pero siento que estás allí, en la esperanza de encontrarte algún día aún cuando yo viva contigo...  

Busco entre las estrellas del cielo que todavía puedo ver, tu rostro, tu figura que extraño y tus ojos marrones oscuros porque ante ellos expresaría todo lo que mi pasión enciende pero que ahora debe permanecer callado. No quiero ser visto como el advenedizo que quiere arrancar tus sentimientos porque entonces seré como el guerrero que toma una colina y que no le importa el miedo ni los rezos del labriego. Seré entonces el que embate cubierto de amor con tal de conseguir de tus entrañas, el premio.

Ahora amanece entre las lomas de mi montaña, entre las cúspides donde el ave real vuela en círculos para luego tomar su presa y sin embargo, me pregunto: ¿Será que la lejanía hace crecer la angustia del no saber cuándo podré estrechar mi corazón y el tuyo? No lo sé, tal vez solamente presiento que los vientos que me envuelven, no influencian en mi razón porque a pesar de todo, no dejan de recordarme que entre nosotros existen lazos de amor que pudieran encontrarse. Pero no quisiera que estuvieran en nuestra complicidad, los colores del arco iris del amigo, el que quisieras olvidar a cada instante sino que me gustaría ser como la estela de un cometa que deja el que te ama, en la forma luminosa para que me puedas recordar siempre y yo pueda solazarme en las caricias de tus pechos generosos...

Pero lo nuestro será recordando en el pasado milenario, el de la conquista de los otros reinos tomados por la fuerza y en ocasiones, con inteligencia. Querré arrebatarte de tu estancia segura y llevarte a la cima de mis amores, a la cumbre de lo que siempre soñé para de mi vida sustentarte y contemplar juntos la majestuosidad de mi reino en las altura y veas a ese gran amor que deseo prodigarte. Y así, al pasar el tiempo, en los relatos de la leyenda, entre las historias de mi pueblo, quiero que recuerden siempre el amor de un rey y una princesa. Que se pueda enseñar a otros que no existe amor más grande del que uno pueda respetar y servir al otro, no por su mejor estrella con que nació, sino como el dios Viracocha les enseñó…

Roque Puell López Lavalle