Aunque nació en
Hamburgo, Alemania, el 12 de marzo de 1868, y llegó al Perú a los cinco años de
edad, adoptó la cultura y nacionalidad peruana hasta identificarse plenamente
con los problemas y contradicciones de un país que llegó a comprender mejor que
otros. Y fue en el periodismo donde encontró el mejor vehículo para
denunciarlos.
Aunque colaboró con
diarios y revistas de la capital con artículos que abordaban una diversidad de
temas y con una profundidad que revelaban la excelente formación que había
recibido en su propio hogar, ya que nunca asistió a una escuela, fue con El
Comercio que estableció una relación de más de cuatro décadas que inició en
1900. En su biografía ha escrito que fue el decano el que le “resolvió su
situación económica”, cuando ésta ya no era muy buena, al aceptar el pago por
sus colaboraciones que anteriormente había rechazado por sus artículos, en una
época en que escribir en un periódico no era precisamente muy bien remunerado,
y si acaso ocurría esto.
En 1909, junto con
Pedro Zulen, un joven filósofo de San Marcos de ascendencia china y 22 años
menor que ella, y Joaquín Capelo, un renombrado catedrático, fundó la
Asociación Pro-Indígena que buscaba escuchar, atender y encontrar solución a
las denuncias y problemas de los indios. Según Mariátegui, fue ella el
verdadero motor de la Asociación y quien, a decir de Basadre, financiaba la
publicación de su órgano de difusión, ‘El Deber Pro-Indígena’, un boletín que
pese a la brevedad de sus páginas llegó a cumplir un papel relevante en la
causa indigenista. Fue en los avatares de este activismo social, en la agitada
actividad en defensa de los indios, en las continuas e innumerables noches
redactando informes, denuncias y manifiestos, donde empezó a incubarse la
desenfrenada admiración que Dora Mayer comenzó a profesar por Pedro Zulen y que
terminaría haciéndole perder de vista la frontera que separa la verdad de la
fantasía.
La mujer que se
atrevió a escribir que “los indígenas ya no mueren como carne de cañón bajo las
órdenes de los caudillos y los generalotes, sino como carne de máquinas
trituradoras al servicio de negociantes extranjeros”; la misma que expresaba su
ira cuando la prensa de Lima hacía mofa de las sublevaciones indígenas en el
Sur, escribiendo furibunda: “¡Burlarse de la pobreza y desgracia de los
indígenas en momentos en que más de cien individuos de esta raza yacen víctimas
de cruel e impune asesinato en Azángaro! ¡Burlarse de la mendicidad de esta raza
que es culpa de los que gobiernan, de los que piensan en el Perú! ¿Es
concebible semejante infamia?”, es la misma que, confundiendo la realidad con
el deseo, dirigió una carta declarándole su amor a Zulen: “Te quiero cuidar y
te quiero querer”, escribió. A pesar del aprecio y reconocimiento que le tenía,
Zulen la rechazó. Pero Dora insistió e insistió tanto que hizo de la vida
pública de Zulen, que ya empezaba a ser reconocida, un verdadero martirio. “Le
impuso no el amor, sino el ridículo”, ha escrito José B. Adolph. Se vio
obligado a deshacer la Asociación y evitar todo vínculo con ella. Fue entonces
cuando ocurrió lo imprevisto, la noche que cambiaría la vida de ambos. O tal
vez sólo la de ella.
El había logrado una
beca para seguir estudios de filosofía y psicología en Harvard y estaba por
embarcarse. Fue a despedirse de ella y a pedirle dinero prestado, como en otras
ocasiones había ocurrido. Era la noche del 25 de junio de 1920. Lo que sucedió
entonces fue desmentido hasta la saciedad por él y ventilado a los cuatro
vientos por ella. Reveló que aquella noche ella, una “virgen de 52 años”, se
había entregado a él. Que aquella había sido la noche de sus ‘desposorios
espirituales’ y así lo dejó partir. Cuando Zulen retornó al país, en 1923, ella
insistió en irse a vivir con él. Ante su negativa, se apareció en su casa y
exigió que la dejaran entrar. Fue necesario recurrir a la fuerza pública para
que abandonase la puerta de la casa familiar, mientras Zulen lanzaba la frase
que ella recogió en un folleto, “Zulen y yo”, y que se la reprochó siempre:
“Esa señora no es nada mío”.
Cuando Zulen empeoró
de la tuberculosis que lo llevaría a la tumba, ella pidió cuidarlo pero se lo
negaron. Ofreció dinero y también lo rechazaron. "El daño moral, que por
exceso de amor, le hiciera Dora Mayer, fue inmenso”, sentenció Basadre. Cuando
murió el 27 de enero de 1925, ella pidió despedirse de él y otra vez encontró
la negativa de la familia. Compadecida de ella, la madre de Zulen permitió que
se acercara al féretro. “La desesperación en el rostro de esta mujer fea y
vieja ante el cadáver de Zulen, continúa Basadre, hacían borrar cualquier
juicio de censura o de enfado para transformarlo en una honda piedad".
Ella le sobrevivió
todavía 34 años más y hasta el fin de sus días insistió en sus ‘desposorios
espirituales’. Su lápida, en el antiguo cementerio británico, en Bellavista,
consigna su nombre tal y como fue su primer y último deseo: Dora Mayer de
Zulen. El poeta Manuel Beltroy, entre condolido y burlón, se refería a esta desventurada
historia entre un chino-peruano y una alemana peruanizada como la “Historia de
una pasión peruana”. Cierto, ¿No?
DORA POR ELLA MISMA
La Periodista.- “Establecida definitivamente mi familia en el Perú desde el año 1873 todo el contacto espiritual con el mundo se fundamenta sobre El Comercio, que descolla por su información universal y su exhibición del intelectualismo patrio desde los días en que no hubo ningún diario de importancia a su lado… Los archivos de El Comercio son de un valor inapreciable para la historia nacional, que en otra parte difícilmente tendría tanta continuidad de apunte”.
Memorias (1993)
La Activista.- “Los que se llaman la nación peruana no adivinan cuánto sufre el indio campesino, y este indio no adivina que su sufrimiento individual importa la lenta sangría y la muerte a la nación a la que pertenece. El Perú se muere sin que nadie lo sienta, puesto que la idea de la nación radica sólo en el cerebro de la colectividad, mientras que el gran cuerpo de la población, en cuyas venas se manifiestan los síntomas de la agonía que se aproxima, no tiene cómo comunicarse con el cerebro”.
El estado de la causa, 1912
La Amante.- “Zulen no se ha esmerado en lo menor en dejar bien puesto mi nombre, teniendo motivos para respetarme. ¿Cayó en el absurdo propio de los hombres de despreciar a la mujer que lo ama, por la razón misma de amarlo? ¿Ha sido porque creía que me sabía cuidar sola? Pues, pienso cuidarme, entregando al mundo el problema que él me dejó irresuelto”.
Carta a Angélica Palma