Es muy antigua la idea de
los tesoros ocultos. Desde el rescate de Atahualpa, quedó en la imaginación de
todos, la certeza de haber sido ocultadas en diversos lugares grandes
cantidades de oro y plata.
Las “huacas” donde a veces
se hallaban objetos y restos prehispánicos contribuyeron al afán soñador por
encontrar a cada paso riquezas bajo la tierra.
Demolición del Hospital de
San Juan de Dios
La ausencia de bancos, tal
como los conocemos hoy y la desconfianza ante aquellos banqueros susceptibles
de quiebras y perdidas, dieron lugar, seguramente, a la costumbre de guardar en
recatados lugares de casas y haciendas los dineros ahorrados. Hubo,
indudablemente, el hábito, sobretodo en ciertas épocas, de usar esta forma de
encubrimiento para evitar asaltos y robos. Muchas de las antiguas casas, tal
cual como los arcones y bufetes de la mueblería colonial, tuvieron disimuladas
alacenas, escondrijos y secretas, como propiamente se les denominaba para
esconder tesoros.
Y las leyendas crecieron y
se multiplicaron. Se afirmaba de los ricos, la costumbre de esconder en botijas
y bolsas grandes de cuero, grandes fortunas. Hasta se creía el cuento cruel de
los enterradores esclavos, que pagaban con su vida, la involuntaria culpa de
haber conocido el lugar de los codiciados escondites y quedaban en estos
también sus cadáveres, como si perpetuaran el servicio de lúgubre vigilancia.
El hecho de haberse hallado con frecuencia, en los tapados, restos de huesos
humanos, apoyo esta creencia. Y a la vez contribuyo a la superstición de los
fantasmas.
En casas donde penan,
tesoros hay, se decía. Y en cuanto alguna vieja casona se desocupaba, surgía la
suposición, sobre todo si los vecinos contaban de extraños ruidos que había en
ella, de alguna alma rondadora, vigía fantasmal de algún rincón lleno de
monedas de oro. Cuando alguien moría sin dejar testamento, suponíase que podía
quedar enterrado en una iglesia, pero su alma quedaba en la mansión, como
atormentado centinela.
Y no solo se creía en los
ocultamientos bajo tierra, sino también se les imaginaba en los anchos muros,
en las vigas, en los artesonados de los techos, etc. Se exageró estas
creencias, y con el pasar del tiempo, se creyó en una ciudad llena de
vericuetos subterráneos, horadada y con túneles en todas direcciones.
Después de la expulsión de
los jesuitas, en tiempos del Virrey Amat, aumento enormemente la idea. La
antigua y célebre frase “nos llevamos un tesoro escondido en el breviario
(librito que contiene el rezo eclesiástico anual)” contribuyo a creer que en el
estaba las claves para ubicar e identificar los lugares donde dejaron sus
riquezas estos religiosos expulsados.
La guerra de Independencia
también contribuyo a hacer crecer la leyenda. Se aseguraba la existencia de
fortunas escondidas por los españoles residentes para evitar las confiscaciones
de los republicanos. No solo en Lima fue extensa y difundida la convicción de
existir muchos sitios con dineros escondidos, sino en todo el Perú se mantuvo
esta idea durante mucho tiempo.
Como derivación natural
surgieron los descubridores expertos y los poseedores de planos y guías. Se
hicieron famosos los buscadores de tesoros, tan igual como las brujas y los
curanderos. Estaban llenos de verbos floridos y frases cabalísticas. Explotaban
la ingenuidad por la fuerza de la tradición.
Sus labores siempre rodeadas
de aires de misterio pusieron una nota entre burlona y macabra. Los había hasta
extranjeros que venían con raros documentos de caligrafías complicadas siempre
ofreciendo sus servicios, previo “adelantito” del dinero a encontrar.
Palacete Veneciano, demolido
en la creencia que tenía tapados y tesoros
Naturalmente, no siempre se
trataba de patrañas y mentiras. Se hallaron realmente muchos tapados, y no
pocas personas cambiaron sus vidas debido al éxito en sus búsquedas. En algunas
casas de Lima fue evidente el descubrimiento de algunos entierros. Y esto
sirvió para cebar el anhelo de todos, porque hubo un tiempo en el cual se
esperaba esa forma para salir de apuros, igual como se confía en la lotería.
Por las calles Chacarilla,
la Virreina, por Matavilela, por Aumente, por la plaza San Martín, por
Plumereros, etc., se afirmaba que fueron descubiertos tesoros.
Catacumbas de San Francisco
Muchas veces se señalo el origen
de ciertas fortunas en artificiales minas callejeras. Este tipo de entierros
era tema de conversación frecuente. La vieja Lima con sus cementerios en
iglesias, colmadas de huesos, y sus caserones y huertos también con tumbas
particulares y con joyas y dinero bajo tierra, llego a ser imaginada como una
oculta y enmarañada red de túneles sombríos y húmedos. Se afirmaba por la zona
de Desamparados, de una oscura calle, debajo de las que conocemos, donde podía
discurrir cómodamente una pareja de hombres a caballo. Y así, se señalaban
muchas sendas de ese tipo: de Palacio a Santo Domingo, de san Pedro al
Noviciado, etc.
Ahora mismo, cuando en
alguna excavación o demolición de una casona en el centro de Lima aflora alguna
cripta arcaica o unos escalones musgosos, reaparecen las interrogantes: ¿Habrá
algún entierro?, ¿A dónde irá este camino…?
Compilado