martes, 28 de febrero de 2017

Entierros y tapados en Lima

Es muy antigua la idea de los tesoros ocultos. Desde el rescate de Atahualpa, quedó en la imaginación de todos, la certeza de haber sido ocultadas en diversos lugares grandes cantidades de oro y plata.

Las “huacas” donde a veces se hallaban objetos y restos prehispánicos contribuyeron al afán soñador por encontrar a cada paso riquezas bajo la tierra.


Demolición del Hospital de San Juan de Dios

La ausencia de bancos, tal como los conocemos hoy y la desconfianza ante aquellos banqueros susceptibles de quiebras y perdidas, dieron lugar, seguramente, a la costumbre de guardar en recatados lugares de casas y haciendas los dineros ahorrados. Hubo, indudablemente, el hábito, sobretodo en ciertas épocas, de usar esta forma de encubrimiento para evitar asaltos y robos. Muchas de las antiguas casas, tal cual como los arcones y bufetes de la mueblería colonial, tuvieron disimuladas alacenas, escondrijos y secretas, como propiamente se les denominaba para esconder tesoros.

Y las leyendas crecieron y se multiplicaron. Se afirmaba de los ricos, la costumbre de esconder en botijas y bolsas grandes de cuero, grandes fortunas. Hasta se creía el cuento cruel de los enterradores esclavos, que pagaban con su vida, la involuntaria culpa de haber conocido el lugar de los codiciados escondites y quedaban en estos también sus cadáveres, como si perpetuaran el servicio de lúgubre vigilancia. El hecho de haberse hallado con frecuencia, en los tapados, restos de huesos humanos, apoyo esta creencia. Y a la vez contribuyo a la superstición de los fantasmas.

En casas donde penan, tesoros hay, se decía. Y en cuanto alguna vieja casona se desocupaba, surgía la suposición, sobre todo si los vecinos contaban de extraños ruidos que había en ella, de alguna alma rondadora, vigía fantasmal de algún rincón lleno de monedas de oro. Cuando alguien moría sin dejar testamento, suponíase que podía quedar enterrado en una iglesia, pero su alma quedaba en la mansión, como atormentado centinela.

Y no solo se creía en los ocultamientos bajo tierra, sino también se les imaginaba en los anchos muros, en las vigas, en los artesonados de los techos, etc. Se exageró estas creencias, y con el pasar del tiempo, se creyó en una ciudad llena de vericuetos subterráneos, horadada y con túneles en todas direcciones.

Después de la expulsión de los jesuitas, en tiempos del Virrey Amat, aumento enormemente la idea. La antigua y célebre frase “nos llevamos un tesoro escondido en el breviario (librito que contiene el rezo eclesiástico anual)” contribuyo a creer que en el estaba las claves para ubicar e identificar los lugares donde dejaron sus riquezas estos religiosos expulsados.

La guerra de Independencia también contribuyo a hacer crecer la leyenda. Se aseguraba la existencia de fortunas escondidas por los españoles residentes para evitar las confiscaciones de los republicanos. No solo en Lima fue extensa y difundida la convicción de existir muchos sitios con dineros escondidos, sino en todo el Perú se mantuvo esta idea durante mucho tiempo.

Como derivación natural surgieron los descubridores expertos y los poseedores de planos y guías. Se hicieron famosos los buscadores de tesoros, tan igual como las brujas y los curanderos. Estaban llenos de verbos floridos y frases cabalísticas. Explotaban la ingenuidad por la fuerza de la tradición.

Sus labores siempre rodeadas de aires de misterio pusieron una nota entre burlona y macabra. Los había hasta extranjeros que venían con raros documentos de caligrafías complicadas siempre ofreciendo sus servicios, previo “adelantito” del dinero a encontrar.


Palacete Veneciano, demolido en la creencia que tenía tapados y tesoros

Naturalmente, no siempre se trataba de patrañas y mentiras. Se hallaron realmente muchos tapados, y no pocas personas cambiaron sus vidas debido al éxito en sus búsquedas. En algunas casas de Lima fue evidente el descubrimiento de algunos entierros. Y esto sirvió para cebar el anhelo de todos, porque hubo un tiempo en el cual se esperaba esa forma para salir de apuros, igual como se confía en la lotería.

Por las calles Chacarilla, la Virreina, por Matavilela, por Aumente, por la plaza San Martín, por Plumereros, etc., se afirmaba que fueron descubiertos tesoros.


Catacumbas de San Francisco

Muchas veces se señalo el origen de ciertas fortunas en artificiales minas callejeras. Este tipo de entierros era tema de conversación frecuente. La vieja Lima con sus cementerios en iglesias, colmadas de huesos, y sus caserones y huertos también con tumbas particulares y con joyas y dinero bajo tierra, llego a ser imaginada como una oculta y enmarañada red de túneles sombríos y húmedos. Se afirmaba por la zona de Desamparados, de una oscura calle, debajo de las que conocemos, donde podía discurrir cómodamente una pareja de hombres a caballo. Y así, se señalaban muchas sendas de ese tipo: de Palacio a Santo Domingo, de san Pedro al Noviciado, etc.

Ahora mismo, cuando en alguna excavación o demolición de una casona en el centro de Lima aflora alguna cripta arcaica o unos escalones musgosos, reaparecen las interrogantes: ¿Habrá algún entierro?, ¿A dónde irá este camino…?

Compilado