lunes, 30 de noviembre de 2015

El rompehuesos


En las vacaciones del año 1968, el Parque Fátima de Chorrillos albergaba muchas historias. Antes de los trabajo de la nueva Urbanización se contaba sobre el paso de un río importante entre las chacras, maizales y los campos de cultivo que aun contaban con una incipiente ganadería. Para el tiempo transcurrido, ya existían las nuevas casas y casonas y yo vivía muy cerca de allí. Cuando éramos niños, mi prima y yo tomábamos leche pura de un establo que todavía existía en las inmediaciones de donde nosotros vivíamos próximo a la Escuela Militar. Mi mamá siempre nos la traía de vez en cuando y hasta ahora recuerdo la nata que quedaba en la olla, era la más rica y yo la veía asustado como ella nos servía en una taza grande y al final nos la tomábamos toda en un santiamén. ¡Qué tiempos!

En el barrio, tenía algunos amigos que nunca o casi nunca se les veía salir de su casa  pero tampoco me buscaban para ir a jugar. No obstante, pude hacer amistad con niños de mi edad y algunos mayores que yo también que vivían en casas muy modestas en el interior de un callejón y eran tan sencillas como solamente ellas podrían presentarse. 

Los vecinos que allí vivían eran amables y emprendedores, pues muy temprano salían a trabajar para el sustento diario de su hijos.. Recuerdo nuestros juegos y juguetes, uno era el famoso trompo pero otro era el carro patín hecho con nuestras propias manos. Dos maderas cruzadas, una pequeña y otra grande, un pabilo a los costados para alinear  la dirección y cuatro rodajes bien entornillados colmados del buen aceite para correr. Así se parecían a los bólidos de la Fórmula 1 y que bien pintados parecían rugir en el asfalto. No faltaron los que íbamos a la Bajada de los autos al frente de la playa de Agua Dulce para bajar temerariamente empujados por nuestros copilotos a toda velocidad. Así nacieron las carreras y las competencias a ver quién de nosotros era el campeón. Tal vez se arriesgaba la vida sin ningún premio, tan solo con el solemne orgullo de haber llegado primero. 

Luego siguió la famosa "canga" que eran dos palos de escoba viejas, cortados en dos, uno largo y otro pequeño que quien levantaba el más corto y lo hacía volar más lejos, ganaba la competencia. Después venían las bolitas (canicas) de vidrio que se apostaban en el juego de los ñocos (hoyos) en la tierra. Se hacía entre varios y con más de una vuelta para sacar a los competidores, pobres las bolas lecheras y los bolones transparentes, eran los más quiñados pero también las bolas llamadas lecheras eran las más codiciadas.
También estaba como decía, el famoso trompo que solo bailaba y zumbaba al mejor de nosotros pero en el juego de la "cocina", donde estaban solo los incautos e inexpertos, terminaban siendo los únicos maltratados porque sus trompos terminaban totalmente rotos y destrozados. 

Pero aquél deporte después de nuestro himno nacional, era el fútbol. En el parque, jugábamos descalzos, entre las piedras y la tierra sin gras, a lo macho, al dolor que se aguantaba, a la costumbre de hacerse hombre de esa manera y sin ninguna queja para demostrar. Yo lo aprendí así, apretando mis dientes para que no me duela pero igual. Atrás quedó mi inocencia de jugar bien uniformado en el colegio cuando aquí, solo lo hacíamos vestidos con lo que teníamos puesto. Caminábamos lejos para aprender a jugar y ver los partidos de los mayores. Así llegamos y nos colábamos bajando de los cerros, a la famosa "Cancha de los Muertos", nombre que se le daba a un viejo cementerio a la salida de un túnel donde antiguamente pasaba un tranvía. Se llama todavía "La Herradura" y por allí quedaba la iglesia Sn. Pedro que desapareció por el terremoto de 1970.


Ese lugar de muertos se había convertido en un curioso mini estadio de pueblo, allí se hacían los campeonatos de los buenos con equipos invitados de provincias y que venían a Lima a probar suerte. Se jugaba con el corazón, con patadas, maromas y morisquetas amañadas, con la técnica aprendida del momento y sin ningún remordimiento.   

Fueron años maravillosos para recordarlos toda una vida, pero fueron los partidos que uno tras otro nos hicieron madurar. En el parque se vivía el partido, cada saque, cada centro tenía que llegar al gol. Éramos los menores que jugábamos con los de 18 años y casi 20. Nadie esperaba algo mejor que una celebración y de pronto, vino un encontrón. Dije, - foul mío - qué más da pero mi amigo y contrincante sufrió una pequeña fractura.  No me lo dijeron abiertamente y solamente escuchaba rumores. Más tarde se volvió una habladuría y supe que me empezaron a decir "rompe huesos", algo que jamás me enteré pero con el tiempo, mi amigo tuvo el valor de decirme que si lo había lastimado. Me dio mucha pena pero él estuvo con yeso y no pudo jugar una temporada pero seguimos siendo los amigos en muchos momentos porque nuevamente empezábamos a jugar... 

Pasaron algunos años y me tuve que mudar a otro lugar dejando toda mi aventura a la par que mis amigos. Pero regresé y los busqué a todos después, cuando tenía 15 años. Habíamos crecido y otros también se fueron. Nos abrazamos y nos contamos tantas cosas, me emocioné mucho al verlos de nuevo. Algunos después del colegio estudiaban y otros solo trabajan para traer pan para su casa, 
no había nada más que aprender. Esa tarde nos pareció larga y luego fuimos a ver nuestra cancha, en la que siendo niños íbamos a pelotear. Volvían la imágenes del juego, la euforia del momento y los gritos del arquero, ja,  ja, ja... era volver a empezar de nuevo. 

Me despedí y triste fue nuevamente la despedida.Y terco, regreso luego de un año más o menos, cuando me dio una corazonada. Encontré el lugar de siempre, el parque, el rincón del trompo, la esquina de la canga, casi todo pero mis amigos, los del callejón, ya no estaban como tampoco, ¡Oh ingrata sorpresa! sus hogares. Era el precio de la vida ingrata y de la niñez perdida. El recuerdo de esos días, dio lugar a la melancolía, a los crespos hechos por la sorpresa y la desazón. Me dio tanta nostalgia, el pesar en el silencio de mi alma me cargaba mucho porque ahora habían solamente residencias, ya eran otros los niños, otras eran las conciencias y otros perros eran los que ladraban al desconocido... 

Los que viven ahora nunca se enteraron que allí vivieron los palomillas de antes y los atrevidos del mañana. Entre los que recuerdo y que estuvieron en mi mente aquella vez fueron "el pito", "el sacalagua", "el cholo" y entre ellos
 "el rompe huesos". Aquél que al pasar la vida y los encuentros, nunca los dejó de recordar... 

Roque Puell López Lavalle

Arte Mortuorio


El arte mortuorio es bello, especialmente en los cementerios del siglo XIX. Nuestra ciudad tiene cuatro de dicha centuria: uno en los Barrios Altos (el Presbítero Matías Maestro) y tres en el Callao (el Británico, el Baquíjano y el Judío). El Cementerio Museo General "Presbítero Matías Maestro" es un monumento histórico ubicado en los Barrios Altos (Cercado de Lima), ciudad de Lima, capital del Perú. Inaugurado el 31 de mayo de 1808, fue el primer panteón de la ciudad ya que anteriormente los entierros se realizaban en alguna de las distintas iglesias. Fue bautizado en honor de su diseñador, el sacerdote Matías Maestro.

Ellos albergan aristócratas, presidentes, inmigrantes, bebés que fallecían a las horas de nacidos, intelectuales y héroes caídos en guerras. Buena parte de nuestros personajes históricos están allí, bajo tierra ó en nichos, pero el patrimonio material está a la vista de todos, en estos conjuntos monumentales que merecen ser cuidados y puestos en valor. Debemos dejar en claro que estos lugares son un espacio cultural, pues en ellos se mezclan costumbres, ritos, arte escultórico y vivencias de personajes aún vigentes.

Presidentes de la República

En el Cementerio Presbítero Maestro reposan los siguientes...
José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete, primer presidente (mausoleo).
José Bernardo de Tagle, IV marqués de Torre Tagle.
José de La Mar (mausoleo).
Agustín Gamarra (mausoleo).
Antonio Gutiérrez de la Fuente.
Andrés Reyes. (Interino)
Manuel Salazar y Baquíjano, IV conde de Vistaflorida (mausoleo).
Felipe Santiago Salaverry (mausoleo).
Juan Crisóstomo Torrico (mausoleo).
Domingo Elías.
Juan Antonio Pezet.
Justo Figuerola.
Ramón Castilla (mausoleo).
Manuel Ignacio de Vivanco.
José Rufino Echenique.
José Balta.
Miguel de San Román (mausoleo).
Manuel Pardo y Lavalle (mausoleo).
Mariano Ignacio Prado (mausoleo).
Nicolás de Piérola (mausoleo).
Miguel Iglesias (mausoleo).
Remigio Morales Bermúdez.
Manuel Candamo (mausoleo).
José Pardo y Barreda.
Guillermo Billinghurst (mausoleo).
Augusto B. Leguía (mausoleo).
Luis Miguel Sánchez Cerro (mausoleo).
Óscar R. Benavides (mausoleo).
Manuel Prado y Ugarteche (mausoleo).

Personalidades:

José de la Riva Agüero y Osma, VI marqués de Montealegre de Aulestia (Mausoleo de la Familia Riva Agüero).
Barón Clemente de Althaus, militar.
Víctor Larco Herrera.
Antonio Raimondi (1824–1890), enterrado en mausoleo (Científico).
Daniel Alcides Carrión, enterrado en mausoleo (Mártir de la medicina).
Henry Meiggs.
Rosa Merino.
Matías Maestro.
Manuel Bonilla, niño héroe de la Batalla de Miraflores.
Eduardo de Habich.
Ernest Malinowski.
Micaela Villegas "La Perricholi".
Alfredo Rodríguez Ballón.
Michele Trefogli, enterrado en mausoleo Trefogli.
Manuel Piqueras Cotolí.
Pío Tristán, último virrey del Perú.
Alejandro Villanueva, futbolista e ídolo de Alianza Lima.
Victoria Tristán de Echenique.
Mariano Felipe Paz Soldán.
Eduardo Carrasco Toro.
Diego Mazquiarán "Fortuna".

Escritores....

Manuel González Prada.
Ricardo Palma.
Abraham Valdelomar.
José Carlos Mariátegui.
José Santos Chocano, único enterrado de pie.
María Wiesse.
Ciro Alegría.

Pintores....

Francisco Laso.
José Sabogal.

Compositores...

Felipe Pinglo Alva.
Carlos Hayre, Compositor/Guitarrista.

Políticos...

Luis A. Flores, político líder de la Unión Revolucionaria.
Francisco José Eguiguren Escudero.
Edgardo Seoane.
Anita Fernandini de Naranjo.
Javier Diez Canseco, que falleció el 4 de mayo en 2013, sus restos fueron cremados y enterrados en una Capilla Familiar.

Compilado