LA INCREÍBLE HISTORIA
DE JULIANE KOEPCKE
El 24 de diciembre de 1971,
Juliane y su madre María se dirigieron al Aeropuerto Internacional Jorge Chávez
en Lima, Perú, y fueron parte de las 92 personas que abordaron un cuatrimotor
Lockheed 188 Electra bautizado como Mateo Pumacahua, correspondiente al vuelo
508 de LANSA con destino a la ciudad de Pucallpa, donde su padre, que allí
trabajaba, las esperaba para celebrar Navidad.
Cuando sobrevolaban la selva
del Amazonas, se formó una tormenta, con fuertes vientos y lluvia. La voz de
una azafata fue la que le salvó la vida a Juliane.
"Señores pasajeros, les
informamos que la zona de turbulencias que estamos atravesando se debe a una
importante tormenta sobre la selva Amazónica. Abróchense los cinturones".
En el momento en el que las
sacudidas fueron más violentas, los equipajes de mano salieron de sus
cubículos, el avión descendió 4000 metros y el piloto buscaba aire más denso
para poder realizar un aterrizaje de emergencia, Juliane lo describió de la
siguiente manera
"Yo fijaba la vista en
el motor derecho como recurso virtual a mi falta de apoyo físico. La fría
humedad de la mano de mi madre delataba su consabido sufrimiento. En ese punto,
el viaje se tornó en la aventura de mi vida cuando una inmensa y cegadora luz
atravesó la hélice que yo contemplaba. El avión se escoró rápidamente y comenzó
a caer picado gobernado ahora únicamente por la fuerza de la gravedad".
A las 12:36 un rayo golpeó
al avión cuando estaba a unos 3000 metros de altura, y explotó.
Juliane salió despedida del
avión, asida por su cinturón al asiento, y cayó sobre las copas de los árboles,
cuyas ramas y la densa vegetación amortiguaron el impacto hasta el suelo.
Estuvo inconsciente unas 3 horas, y cuando despertó la mañana siguiente, se
encontraba en tierra, debajo de su butaca, y rodeada de la más densa selva. El
hecho de haber caído con su butaca, y que ésta cayese sobre la espesa vegetación
le salvó la vida.
Juliane miró a su alrededor
y junto a ella había solo cuerpos y restos del avión.
Me desperté sentada en el
mismo asiento, como iniciando otro viaje pero, esta vez, al infierno. Había
tres cuerpos desmembrados a mi alrededor, creía que se trataba de una pesadilla
y me volví a dormir por unos instantes. Cuando creí volver en mí me atraganté
de realidad. Cuerpos inertes colgaban de los árboles, hierros, asientos, ropas
y maletas desparramadas por la selva, humo, mucho humo y crepitar de combustiones
desperdigadas hasta donde la espesura de la jungla dejaba distinguir.
Increíblemente, Juliane
Koepcke tenía solo heridas mínimas: su brazo tenía un corte, tenía una herida
en su hombro, tenía un ojo morado y una clavícula rota.
Juliane pasó los siguientes
dos días tratando de buscar ayuda, pero lo único que halló fueron los restos
calcinados del aparato y los cadáveres de otros pasajeros.
Juliane decidió aferrarse a
la vida y sobrevivir a toda costa. Recordando los consejos de su padre, quien
le enseñó nociones de cómo orientarse en un lugar desconocido, Juliane empezó a
seguir el curso de un arroyo, con la esperanza de que éste la condujera hasta
ríos más caudalosos, en donde podría habitar gente. Debido a que el río era
cálido, pudo calentarse y no morir de frío, además de que el agua era potable.
En algunos tramos tuvo que nadar, porque presentaba cierta profundidad. Los
cocodrilos de la zona no le atacaron. Aunque observó algunas frutas en los
árboles, no se las comió porque sabía que eran venenosas.
Fueron días aciagos, en los
que debió hacer frente a un calor insoportable, a las picaduras de los
mosquitos, y al peligro de que se le apareciera un animal salvaje. Juliane no
sabía que se encontraba a más de 600 km de cualquier centro habitado, en plena
Amazonía peruana.
Tras diez días de caminata
por la jungla, finalmente llegó a un río navegable y caminó por manglares y la
orilla hasta dar con una canoa a motor y una choza, que servía de refugio para
cazadores. No quiso robar la canoa, por lo que esperó varias horas hasta que
los propietarios llegaran de vuelta. Entretanto, y dado que su cuerpo se había
parasitado con larvas de moscas, se roció con combustible para intentar limpiar
la herida.
A la mañana siguiente, los
cazadores, que eventualmente transitaban por dicho lugar, la encontraron en el
refugio. La llevaron hasta su aldea, donde le dieron comida y le curaron las
heridas más graves. Al día siguiente, Juliane fue llevada en canoa durante diez
horas de viaje hasta el pueblo de Tournavista, donde le trasladaron en avión
hasta Pucallpa para ser internada en el hospital. Allí, se reunió con su padre,
en un emotivo reencuentro.
Las indicaciones de Juliane
Koepcke ayudaron a dar con los restos del avión —se encontró la parte delantera
casi intacta— y constatar que si bien sobrevivieron 13 pasajeros, entre los
cuales se encontraba el piloto del avión, que quedó muy malherido tras la
caída, estos no vencieron a la selva y fallecieron en diversas circunstancias.
Juliane se trasladó a
Alemania, donde se recuperó totalmente de sus heridas y continuó sus estudios,
obteniendo su título en zoología y biología en 1987. La Dra. Juliane Diller,
como se la conoce actualmente, se especializa en mamalogía, sobre todo en el
estudio de murciélagos. Actualmente trabaja como bibliotecaria en la Colección
zoológica del Estado de Bavaria en Múnich.
Hoy, se dedica a cuidar los
ecosistemas que, según ella, le salvaron la vida.
Bibliografía: Koepcke, Juliane. «Cuando caí del cielo: La increíble historia de supervivencia que se volvió película ahora.
Mi antiguo Perú TV. - Jhonatan Meléndez - Imágenes e Historias del Perú y del Mundo