miércoles, 29 de marzo de 2023

El cerro San Cristóbal

«A un cuarto de legua de la Plaza Mayor de Lima y encadenado a una serie de colinas, que son ramificación de los Andes, levantase un cerrillo de forma cónica, cuya altura es de cuatrocientas setenta varas sobre el nivel del mar. Los geólogos que lo han visitado convienen en que es una mole de piedra, cuyas entrañas no esconden metal alguno; y sabio hubo que, en el pasado siglo, opinara que la vecindad del cerro era peligrosa para Lima, porque encerraba nada menos que un volcán de agua. Las primeras lluvias del invierno dan al cerro pintoresca perspectiva, pues toda su superficie se cubre de flores y gramalote que aprovecha el ganado vacuno.

A propósito del río, consignaremos que en 1554 el conquistador Jerónimo de Aliaga, alcalde del Cabildo de Lima, representó y obtuvo que con gasto que no excedió de veinte mil duros se construyese un puente de madera; mas en 1608, viendo el virrey marqués de Monteselaros que las crecientes del Rímac amenazaban destruirlo, procedió a reemplazarlo con el de piedra que hoy existe, y cuya construcción se terminó en 1610 con gasto de cuatrocientos mil reales de a ocho.

En 1634 una creciente del Rímac destruyó la iglesia de Nuestra Señora de las Cabezas, a cuya reedificación se puso término cinco años después.

En la noche del 11 de febrero de 1696 se desbordó el brazo de río que pasa por el monasterio de la Concepción, llegando el agua hasta la Plaza Mayor. En las tiendas de los Portales, cuya construcción acababa de terminar el virrey conde de la Monclova con gasto de veinticinco mil pesos, subió el agua a media vara de altura; y como casi todas eran ocupadas por escribanos que tenían los protocolos en el suelo y no en estantes, por lo caro de la madera, pudririéndose los documentos cuya reposición fue, si no imposible, muy difícil. Desde entonces se trasladaron los escribanos a otras calles, legando su nombre al Portal que habían ocupado.

Con las continuas avenidas sufrieron tanto los cimientos del famoso y monumental puente de piedra, que en tiempo del virrey Amat cundió la alarma de que el primer ojo amenazaba desplomarse. Desde 1766 hasta 1777 duraron los trabajos de reparación, terminados los cuales, y en reemplazo de la estatua ecuestre de Felipe V, que se derrumbó en el terremoto de 1746, colocaron sobre la arcada el reloj de los jesuitas, instituto que acababa de ser abolido. En 1852 el presidente general Echenique reemplazó este reloj con otro que había mandado traer de Europa y que desapareció en 1879 a consecuencia de un voraz incendio.

En 1536 el inca Manco, a la vez que con un ejército de doscientos mil indios asediaba el Cusco, envió sesenta mil guerreros sobre la recién fundada ciudad de Lima. Éstos, para ponerse a cubierto de la caballería española, acamparon a la falda del cerro, delante del cual pasaba un brazo del Rímac, cuyo curso continuaba por los sitios llamados hoy de Otero, y el Pedregal.

Durante diez días sostuvieron los indios recios combates con los defensores de la ciudad, cuyo número alcanzaba escasamente a quinientos españoles.

Entonces fue cuando, según lo apunta Quintana refiriéndose al cronista Montesinos, la querida de Pizarro, Inés Huayllas Ñusta, hermana de Atahualpa, instigada por una coya o dama de su servicio, fue sorprendida dirigiéndose al real de los sitiadores, llevándose un cofre lleno de oro y esmeraldas.

Pizarro perdonó a su querida, a la que fue después madre de sus hijos Gonzalo y Francisca; pero mandó dar garrote a la coya, instigadora de la fuga.

Eso de haber sido benévolo para con la querida, es virtud que cualquiera la tiene y que está en la masa de la sangre. ¡Miren qué gracia! Aquí viene de molde este pareado:

"Pues yo también soy hecho de igual barro que el inmortal conquistador Pizarro".

Siempre que los sitiadores emprendían el paso del río, para consumar la derrota y exterminio de los sitiados conquistadores, volviese tan impetuosa la corriente, que centenares de indios perecieron ahogados. Por el contrario, a los españoles les bastaba encomendarse a San Cristóforo (cargador de Cristo) para vadear el río sin peligro, y embestir sobre los atrincheramientos del enemigo, bien que con poco éxito, pues eran constantemente rechazados y tenían que replegarse a la ciudad.

A no obrar el cielo un milagro, los españoles estaban perdidos.

Y ese milagro se realizó!

En la mañana del 14 de septiembre, día en que la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Cruz, los indios emprendieron la retirada, sin que haya podido ningún historiador explicar las causas que la motivaron.

A las cuatro de la tarde de ese día, D. Francisco Pizarro, seguido de sus bravos conmilitones, se dirigió al cerro, lo bautizó con el nombre de San Cristóbal, y para dar principio a la erección de una capilla puso en la cumbre una gran cruz de madera.

Como por entonces no había en Lima templo alguno, la misa dominical se celebraba en la Plaza Mayor, en altar portátil que se colocaba frente al callejón de Petateros; mas en 1537 se inauguró la capillita del Cerro de San Cristóbal, a la que, por devoción y por paseo, afluía el vecindario en los días de fiesta.

Después, anualmente, el 14 de septiembre se efectuaba una bulliciosa romería al San Cristóbal. Había en ella danza de moros y cristianos, abundancia de cohetes y francachela en grande.

Aunque el terremoto de 1746 destruyó la capilla, dejando en pie parte de los muros, no por eso olvidó el pueblo la romería anual, y en el sitio que antes fue sagrado se bailaba desaforadamente y se cometía todo linaje de profanos excesos.

Allí, sin respeto a la prohibición de la autoridad, se cantaba hasta el estornudo, cancioncita liviana con que se conmemoraba la peste que afligió a Lima en 1719 y que, entre estornudo y estornudo, condujo algunos prójimos al campo santo. Como muestra de la cancioncilla popular, vaya una de sus coplas:

"Tiene mi dueño eso pequeño, chiquito lo otro y estrecho el pie. ¡Ach!

¡María y José!".

En 1784 el arzobispo La Reguera prohibió la romería y mandó que se acabase de demoler la capilla, dejando sólo, como recuerdo del sitio en que existiera, el arco de la puerta y una cruz de madera en memoria de la que colocó Francisco Pizarro».

Compilado

miércoles, 22 de marzo de 2023

El fin de la ruta

Foto de 1908  

En 1870 se inició la ruta del tren hacia Ancón, vehículo preferido por muchos veraneantes que acudían hasta las playas, pero esta historia del tren llego a su fin en 1964 , cuando el silbato calló para siempre . Nueve de la mañana en la estación de Desamparados .Temporada de verano y cientos de veraneantes  no ven la hora de subir al tren que los conduciría más allá  de 40 kilómetros al norte de Lima, hasta Ancón.

Los andenes parecen pasarelas con modelos que exhiben camisas de colores ,gorros, sombrillas en la mano, canastas y bolsas.  Durante más de medio siglo se repitió esta escena, pues las excursiones hacia Ancón empezaron en 1900,cuando el tamaño de la ciudad y las referencias geográficas de la época y la lentitud de los primeros trenes, proporcionaban sensación de mayor lejanía a Ancón.

La llegada del tren al balneario eran también un acontecimiento, pues los familiares de los pasajeros esperaban ansiosos en la estación.

A principios del siglo , cuando sólo existía el camino de herradura el tren salía todos los días. En 1930, cuando se construye la carretera panamericana la situación cambia .Aparecieron automóviles y posteriormente ómnibus.

Poco a poco el tren era menos solicitado por lo que el servicio redujo la frecuencia exclusivamente para domingos y feriados.

En marzo de 1964 el servicio fue suprimido definitivamente por su alto costo de mantenimiento. La razón :resultaba desventajoso sostener un servicio que solo funcionaba los fines de semana .Foto de 1908.

Fuente: Diario El comercio 28/3/1995

#DatosdeLima

Fotos antiguas del Perú y del Mundo / Josué Cahua  

jueves, 16 de marzo de 2023

Carmela Combe Thomson

 

Perú (1898 – murió el10 de Mayo de 1984) Fue la primera aviadora peruana y la segunda en obtener una licencia de conducir. Fue precoz en la conducción de vehículos pues a los 14 años ya sabía conducir automóviles.

En 1920 inicia su aprendizaje como aviadora en la Compañía Nacional de Aeronáutica de Lima, escuela perteneciente a la firma de aviones Curtis y que tenía su pista de vuelo en el Distrito de Bellavista.

Combe con 20 años y tras completar el curso de aviación, se inscribe en la Escuela de Aviación Civil de Bellavista donde fue alumna del piloto estadunidense Lloyd R. Moore. Su actividad aeronáutica la compartía con su pasión por la carrera de autos, compitiendo tanto en autos como en motos. El 6 de Mayo de 1921, a pesar de la oposición de sus compañeros varones, Carmela Combe logró volar sola en un avión Curtis Oriole.

La carrera de aviadora de Carmela Combe fue muy breve. El 9 de julio sufrió un accidente aéreo cuando retornaba a Lima: luego de transportar un dinero para el pago del salario de los trabajadores de una hacienda en Cañete. Tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia en Chorrillos debido a un panne en el motor. La falla mecánica fue provocada por el uso de gasolina corriente, en vez combustible de 100 octanos. La noticia fue registrada por El Comercio con las siguientes palabras: “El piloto Moore y la señorita Carmela Combe caen desde gran altura. Los pasajeros resultaron ilesos”. Los golpes que recibió en el accidente le afectaron a la columna vertebral, lo que derivó en dolores crónicos y sordera. A pesar de ello, no cejó en su empeño de seguir volando.

Más tarde, una avioneta de su propiedad que había prestado a Emilio Romance tuvo un accidente en Ancash, resultando fatal para el piloto. Esto alertó a su madre, que le rogó que dejase de volar. Combe no abandonó y obtuvo, en 1922, su licencia de manos de Elmer J. Faucett. Viajó a Francia, donde se casó con Julio Bardi, y pudo volar junto al célebre piloto Marcel Doret. En 1932 finalizó sus actividades aéreas.

Distinciones y reconocimientos

Debido a sus logros en la aviación fue condecorada en dos ocasiones. El 27 de septiembre de 1960, la Fuerza Aérea del Perú la distinguió con la "Cruz Peruana al Mérito Aeronáutico" por ser la pionera de la aviación civil en Perú. Veintidós años después, el 27 de septiembre de 1982, el Ministerio de Aeronáutica le impuso la medalla al mérito "Jorge Chávez Dartnell" por su contribución al desarrollo de la aviación civil.

En 2022 recibió un reconocimiento póstumo por parte del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP) del Estado Peruano, el cual, mediante un decreto en ocasión del 8 de marzo, otorgó la condecoración “Orden al Mérito de la Mujer” a Carmela Combe y otras 24 mujeres peruanas, siendo destacadas por su tarea en la defensa de los derechos y por promover la igualdad de género. En particular, Combe fue reconocida por "su rol en la eliminación de barreras para la igualdad de género en el país, como primera mujer aviadora en el Perú".

Compilado




sábado, 11 de marzo de 2023

Barrios Altos

 

Cuando los españoles fundaron la Ciudad de los Reyes (hoy Lima) en enero de 1535 en el valle del Rímac, lo hicieron a menos de un kilómetro del oráculo que daba nombre al valle. A mediados del siglo XVI el oráculo fue destruido, construyéndose en su lugar una iglesia que se levantó en advocación a Santa Ana y posteriormente otras como Mercedarias, Descalzas, Buena Muerte, Trinitarias, Cocharcas, etc., que terminaron siendo parte indesligable de la personalidad de los Barrios Altos.

Desde el siglo XVII, empezó a ser una zona muy poblada debido a que por las portadas de Maravillas, Barbones y Cocharcas transitaban todos los que se dirigían al centro o al sur del Virreinato peruano. La provisión de alimentos que necesitaba Lima tuvo que pasar necesariamente por los Barrios Altos. Asimismo, luego de la Independencia, a lo largo del siglo XIX, los ejércitos para develar levantamientos, motines o revoluciones que estallaban al sur del país, debieron ser vistos por sus moradores; a su vez, las carrozas fúnebres con destino al cementerio Presbítero Maestro pasaban por sus calles; esto sin mencionar a los toros de lidia, que venían desde las haciendas del sur, pasaron por los Barrios Altos.

A principios del siglo XX, comprendía entre el jirón Huanta, la calle Conchucos, la Portada de Martinete y la calle Junín. Las casas eran principalmente de adobe y solo la mitad tenía servicios de agua y desagüe; era también una zona muy tugurizada, pues albergaba 50 habitantes por casa de vecindad. Un informe de la Municipalidad de Lima (1908) decía que su población era predominantemente mestiza y sus barrios mostraban altos índices de mortalidad, tuberculosis, fiebre tifoidea, así como un uno de los mayores niveles de densidad por vecindades y callejones. Con parte de su fortuna, Óscar Heeren construyó el gran condominio que luego sería considerada como uno de los lugares más hermosos y apacibles de la Lima de antaño: La “Quinta Heeren”. Este conjunto residencial de la época, de estilo austro-húngaro, es una muestra de cómo los Barrios Altos, en esos años en la “periferia” de Lima, era un lugar de gran proyección urbanística y arquitectónica.         

Los callejones fueron un tipo de vivienda popular que se multiplicó en Lima desde los tiempos virreinales (las quintas vendrían después, a finales del XIX). Eran construcciones de adobe, si tenían un piso; y de adobe con quincha, los que eran de dos pisos. Sus corredores eran de tierra apisonada al igual que la mayor parte del piso del interior de las viviendas. Con el tiempo, la gente, a medida de sus posibilidades, empezó a poner madera y hasta ladrillos pasteleros al piso interior de sus habitaciones, pero los corredores seguían siendo de tierra apisonada. Sus habitantes eran en su mayoría obreros y artesanos; también estaban los de oficio desconocido o inestable, como bailarines, cantantes o pregoneros, como recuerda Ricardo Palma. Algunos callejones eran tan grandes que, a simple vista, mirando desde la calle, uno veía solamente el portón de entrada pero, en su interior, había casi otro barrio o ciudad pequeña dentro del callejón

Fuente Lima