Fernando Lores Tenazoa |
(Iquitos, 27/4/!906 - Güepi, 26/3/1933) Han
pasado 86 años de la Batalla de Güeppi en la que un chico de 26 años llamado
Fernando Lores Tenazoa murió junto a otros de sus compañeros que estaban bajo
su mando.
Las cañoneras colombianas
Santa Martha y Cartagena, que controlaban el Putumayo, la madrugada del 26 de
marzo se acercaban a nuestra pequeña guarnición de Güeppi para capturarla. El
capitán peruano, en cumplimiento de órdenes recibidas desde Iquitos con anterioridad,
dispuso que se produjera un repliegue por la trocha que llegaba hasta Pantoja
en el Río Napo, lo cual se llevó a la práctica. Sin embargo, también encargó a
Lores que con su grupo de nueve subalternos (a quienes él llamaba “mis
tenazoas”) cumplieran la tarea de “cubrir la retirada”, es decir que se
colocarán atrás, en la retaguardia, para distraer a los marineros colombianos
mientras el grueso de nuestra tropa avanzaba hacia el Napo.
Sin embargo, lo que hizo
Lores no fue replegarse, sino que se quedó con sus “tenazoas” a orillas del
Putumayo buscando impedir el desembarco de las tropas enemigas. Debe haber sido
un espectáculo digno de una película ver a estos diez jóvenes treparse a los
árboles, disparar y de inmediato bajar para correr un trecho, subirse a otro
árbol, disparar, bajar, correr, subir, disparar, bajar, correr, subir, dando la
sensación a los atacantes que no eran diez sino mucha gente que les disparaba
desde los árboles.
De esta manera, nuestros
combatientes fueron cayendo uno a uno. Ellos son Alfredo Vargas Guerra, Alberto
Reyes Gamarra, Reynaldo Bartra Díaz, Pascual Gómez López y otros cinco
combatientes más cuyos nombres no están al alcance hasta ahora. No recuerdo
bien cuál de los cuatro nombrados (creo que fue Vargas Guerra), estando trepado
en un árbol, al darse cuenta que había sido alcanzado por las balas enemigas,
se lanzó al río con su arma en las manos muriendo ahogado.
Lores y sus “tenazoas” no
estaban cubriendo la retirada. Estaban defendiendo el suelo patrio. En su mente
estaba la idea de que, si bien no podían evitar que las botas extranjeras
capturen suelo patrio, lo mínimo que debían hacer era morir combatiendo y no
replegarse.
No rendirse, sin embargo era
una decisión absurda y resultaba una opción sin ningún beneficio práctico, ya
que de ninguna manera se podía impedir la pérdida de Arica o de Güeppi. La
razón exigía rendirse en Arica y replegarse en Güeppi. Era lo lógico y lo
razonable rendirse o replegarse.
En el medio siglo
transcurrido entre Arica y Güeppi la gloria de nuestros defensores había
crecido gigantescamente. Nuestro Fernando había servido en el Ejército en su
estada en Lima y allí obtuvo el grado de sargento segundo. Al producirse la Guerra del
Putumayo volvió a enrolarse.
Dejemos a Cecilia Flores, su
novia eterna, que hace pocos años pasó a la gloria cargada de recuerdos
imborrables, nos cuente lo que ella recogió sobre los últimos momentos de
nuestro héroe en Güeppi: "Al desembarcar, los colombianos en Güeppi lo
encontraron moribundo tendido a orillas del río. El capitán médico se le
acercó. Al reconocerlo, Fernando lo escupió y enseguida lanzó su último
suspiro". Cecilia Flores solía repetirnos de memoria la frase escrita
posteriormente por este médico colombiano: “Mucho hubiera querido conocer el
nombre de este valeroso soldado que es digno de un canto homérico”.
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