lunes, 30 de diciembre de 2019

El héroe que quedó en el olvido




Fernando Lores Tenazoa

(Iquitos, 27/4/!906 - Güepi, 26/3/1933) Han pasado 86 años de la Batalla de Güeppi en la que un chico de 26 años llamado Fernando Lores Tenazoa murió junto a otros de sus compañeros que estaban bajo su mando.

Las cañoneras colombianas Santa Martha y Cartagena, que controlaban el Putumayo, la madrugada del 26 de marzo se acercaban a nuestra pequeña guarnición de Güeppi para capturarla. El capitán peruano, en cumplimiento de órdenes recibidas desde Iquitos con anterioridad, dispuso que se produjera un repliegue por la trocha que llegaba hasta Pantoja en el Río Napo, lo cual se llevó a la práctica. Sin embargo, también encargó a Lores que con su grupo de nueve subalternos (a quienes él llamaba “mis tenazoas”) cumplieran la tarea de “cubrir la retirada”, es decir que se colocarán atrás, en la retaguardia, para distraer a los marineros colombianos mientras el grueso de nuestra tropa avanzaba hacia el Napo.

Sin embargo, lo que hizo Lores no fue replegarse, sino que se quedó con sus “tenazoas” a orillas del Putumayo buscando impedir el desembarco de las tropas enemigas. Debe haber sido un espectáculo digno de una película ver a estos diez jóvenes treparse a los árboles, disparar y de inmediato bajar para correr un trecho, subirse a otro árbol, disparar, bajar, correr, subir, disparar, bajar, correr, subir, dando la sensación a los atacantes que no eran diez sino mucha gente que les disparaba desde los árboles.

De esta manera, nuestros combatientes fueron cayendo uno a uno. Ellos son Alfredo Vargas Guerra, Alberto Reyes Gamarra, Reynaldo Bartra Díaz, Pascual Gómez López y otros cinco combatientes más cuyos nombres no están al alcance hasta ahora. No recuerdo bien cuál de los cuatro nombrados (creo que fue Vargas Guerra), estando trepado en un árbol, al darse cuenta que había sido alcanzado por las balas enemigas, se lanzó al río con su arma en las manos muriendo ahogado.

Lores y sus “tenazoas” no estaban cubriendo la retirada. Estaban defendiendo el suelo patrio. En su mente estaba la idea de que, si bien no podían evitar que las botas extranjeras capturen suelo patrio, lo mínimo que debían hacer era morir combatiendo y no replegarse.

No rendirse, sin embargo era una decisión absurda y resultaba una opción sin ningún beneficio práctico, ya que de ninguna manera se podía impedir la pérdida de Arica o de Güeppi. La razón exigía rendirse en Arica y replegarse en Güeppi. Era lo lógico y lo razonable rendirse o replegarse.

En el medio siglo transcurrido entre Arica y Güeppi la gloria de nuestros defensores había crecido gigantescamente. Nuestro Fernando había servido en el Ejército en su estada en Lima y allí obtuvo el grado de sargento segundo. Al producirse la Guerra del Putumayo volvió a enrolarse.

Dejemos a Cecilia Flores, su novia eterna, que hace pocos años pasó a la gloria cargada de recuerdos imborrables, nos cuente lo que ella recogió sobre los últimos momentos de nuestro héroe en Güeppi: "Al desembarcar, los colombianos en Güeppi lo encontraron moribundo tendido a orillas del río. El capitán médico se le acercó. Al reconocerlo, Fernando lo escupió y enseguida lanzó su último suspiro". Cecilia Flores solía repetirnos de memoria la frase escrita posteriormente por este médico colombiano: “Mucho hubiera querido conocer el nombre de este valeroso soldado que es digno de un canto homérico”.

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