El nombre del Perú no significa, pues, ni río, ni valle, ni orón o troje y mucho menos es derivación de Ophir. No es palabra quechua ni caribe, sino indohispana o mestiza. No tiene explicación en lengua castellana, ni tampoco en la antillana, ni en la lengua general de los Incas, como lo atestiguan Garcilaso y su propia fonética enfática, que lleva una entraña india invadida por la sonoridad castellana.
sábado, 31 de diciembre de 2016
viernes, 30 de diciembre de 2016
Un palacio veneciano
En las primeras décadas del
siglo XIX, un vecino de nuestra ciudad se encontraba de viaje por Europa
visitando las antiguas ciudades y sedes de las monarquías que aún se
enseñoreaban en esa parte del mundo. En su viaje llegó a la ciudad de Venecia
donde quedó enamorado de su bella arquitectura y sobre todo de un hermoso
edificio gótico cuya construcción se había iniciado en 1200 y que era el
orgullo de los habitantes de esta bella ciudad: el palacio Ducal.
Cuando regresó a Lima hizo
construir en la parte posterior de su casa -que daba al río Rímac- una replica
de la fachada de ese fastuoso palacio veneciano. Era la casa del Conde de la
Vega del Ren o también llamada Casa Concha-Atete por los apellidos de los últimos
propietarios descendientes de este Conde decimonónico y romántico. Quedaba esta
casa donde hoy se encuentra la Alameda Chabuca Granda y donde antes estuvo el
campo ferial Polvos Azules.
Pero, ¿Qué paso con esta
bella casa y porque ya no existe? Cuenta Juan Ugarte Eléspuru lo que sucedió
con este bello palacete, versión que el recogió del último habitante
descendiente del viajero Conde de la Vega del Ren, en uno de sus libros
dedicados a Lima. Un vecino rimense -al otro lado del río y frente a la casona-
encontró un túnel que lo llevó por debajo del lecho del río hasta una bóveda
bajo la casa donde encontró un “tapado”, tesoro compuesto por joyas y antiguas
monedas de oro. Con esta recién adquirida riqueza este afortunado vecino
rimense compró una casa en el centro de la ciudad, que la decoró con mucho lujo
y le puso su nombre: la Casa Barbieri.
Esta versión de tesoros
subterráneos llegó a oídos de funcionarios del gobierno de entonces (años 40)
que ávidos de hacerse de estos, idearon muchas maneras de hacerse con la
propiedad. Finalmente, un “proyecto” de playa de estacionamiento con el nombre
de Playa Rímac hizo posible la expropiación y demolición de esta casona y su
espectacular fachada veneciana que daba al río Rímac.
La playa Rímac fue ideada
para descongestionar la Plaza de Armas de los autos que solían estacionarse en
ella, pero no tuvo éxito y los autos aun se estacionaban en la plaza mayor
hasta los inicios de los años 80. Luego la historia ya es conocida: sobre ese
túnel se levantó un campo ferial y hoy es un espacio público de cómicos
ambulantes y dulces típicos.
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